Pablo llevaba una semana trabajando. Tenía veinte años y al no irle bien en la universidad, dejó de estudiar y se puso a buscar empleo. Como no tenía experiencia profesional, al final se colocó como comercial inmobiliario. Por lo que estaba comprobando no había sido una buena opción. No tenía la astucia para engatusar al cliente y lograr ventas. Como era novato y habían comprobado que no muy bueno, lo habían puesto como captador de pisos. Iba de puerta en puerta promocionando los servicios de la agencia. Si alcanzaba un mínimo de personas que quisieran comprar o vender piso a través de ellos pasaría el periodo de prueba.
La mañana estaba resultando frustrante y agotadora. En la mayoría de las puertas ni le abrían. Las pocas veces que lo hacían no prestaban la mínima atención al guión que se había preparado para poder vender. Incluso en ocasiones algunas personas mayores aprovechaban su visita para distraerse y tener conversación. Cuando veía que no había interés, dejaba a la mayor brevedad posible sus folletos y la tarjeta de visita y se marchaba.
Bien avanzada la mañana probó suerte en un viejo edificio, en una zona deprimida de la ciudad. El portal estaba lleno de bolsas de basura y manchas de orina. Las paredes estaban cubiertas de pintadas, formando una maraña de símbolos y grafitis, dibujados a spray. La mayoría de ellas eran las habituales, pintadas llenas de insultos entre chavales del barrio, groserías, o mensajes entre bandas , pero otras eran menos comunes. Cuando leyó una que ponía, “La muerte es el camino”, no pudo evitar sentir un escalofrío. Otros signos dibujados no lograba descifrarlos completamente pero no dejaban de producirle una curiosa sensación de malestar. Todas las ventanas de la planta baja y el primer piso estaban cerradas a cal y canto. Al lado del patio, en un rincón, una vieja moto mostraba los signos de su desguace. En uno de los pisos superiores se oía un perro ladrando sin cesar por encima del ruido de los coches.
La puerta del patio no estaba bien cerrada, por lo que directamente entró en la finca. Como se imaginaba no había ascensor. Empezó a llamar puerta por puerta. En una de ellas, una joven ama de casa inmigrante, rodeada de niños, le cerró la puerta en las narices cuando le comentó el motivo de su visita. En otra, una anciana comenzó a quejarse sobre lo poco que la visitaban sus hijos, sin prestar ninguna atención a los intentos de Pablo por hablar de la inmobiliaria. Cuando llegó al último piso ya estaba pensando en que como siguiera así, poco futuro iba a tener en la empresa. Tocó el timbre y un anciano en bata, alto y delgado le abrió la puerta. Tenía el cabello blanco y escaso, pero lo que más destacaba en él eran unos ojos muy azules.
-¿Qué quiere? -dijo el anciano.
-Buenos días, me llamo Pablo Gómez, comercial inmobiliario. Si le interesa vender este piso o comprar otro, le podemos asesorar sin compromiso.
-No me interesa vender el piso. Tengo aquí muchos recuerdos. Tiene un gran valor sentimental para mí.
-Se lo podemos tasar de forma gratuita. Creo que le sería fácil venderlo, y mudarse a una zona más tranquila.
-Está bien, pase. Me llamo Luis de Torreblanca-dijo el anciano.
Se dieron la mano. Al estrechársela notó que tenía la mano anormalmente fría.
-¿Le apetece un café?
-No se moleste, muchas gracias.
-No es molestia, tome un cafetito.
Durante los siguientes minutos Pablo comenzó a perder la paciencia. Don Luis, como le gustaba que le llamaran, comenzó a charlar sobre fútbol, política, lo mucho que añoraba su antiguo trabajo, y lo aburrida que había sido su vida de jubilado hasta que se buscó nuevas aficiones.
-Acompáñeme, le enseñaré el piso.
Del salón pasaron a la cocina a través de un pasillo. Inmediatamente lamentó haber probado el café. La cocina estaba llena de desperdicios y restos de comida en estado de putrefacción. Además había gran cantidad de trastos y cachivaches, seguramente recogidos de contenedores. En un rincón había apiladas un montón de bolsas de basura a medio cerrar, que rezumaban líquido, pilas de periódicos amarillentos y muebles desvencijados. También había algunas muñecas con brazos y piernas rotas. Dudaba si las habría cogido de la basura también, o serían recuerdo de alguna nieta.
Pablo decidió que ya había visto bastante. Le dejaría al viejo su tarjeta y si quería vender el piso, primero tendría que adecentarlo un poco. Cuando se lo comentó, Don Luis no pareció muy complacido.
-Pero si no ha visto el piso, ni lo ha tasado. Es precioso. Ya verá como le gusta.
-En otro momento se lo tasaré. Por la zona y los metros ya me hago una idea de su precio. Pero la verdad, es que se me hace tarde, que he quedado con otros clientes.
-Se lo acaba de inventar.
-Disculpe Don Luis, pero me tengo que ir-dijo Pablo un poco molesto por el comentario del anciano.
Se dirigió a la puerta y no pudo abrir. Estaba cerrado con llave.
-¿Me abre, por favor?
Don Luis sacó la llave que llevaba en el bolsillo, la mostró y volvió a guardarla, mientras le miraba fijamente a la cara y le sonreía.
-Si no me abre tendré que llamar a la policía.
Cogió su móvil y cuando empezaba a marcar el número, recibió un tremendo puñetazo , que le dejó tirado en el suelo, casi sin poder respirar. Mientras se incorporaba jadeando, vio como el anciano destrozaba el móvil que había caído al suelo. No podía comprender como le había golpeado, sin que casi le diera tiempo a ver como lo hacía. Al ver como el viejo pisoteaba el teléfono, no pudo contener su rabia e intentó zarandearlo. Pero Don Luis pese a su apariencia frágil, tenía una fuerza sorprendente, casi sobrehumana. Sin aparente esfuerzo le dio un empujón, y volvió a caer al suelo. En vista de que le bloqueaba la salida comenzó a alejarse en dirección opuesta para ganar tiempo, a ver si se calmaba y desaparecía el ataque de locura. Por si acaso, mientras avanzaba por el pasillo, iba buscando cualquier cosa que pudiera servirle de arma defensiva. Conforme avanzaba corriendo creyó ver por un instante algo raro por el rabillo del ojo. Una de las habitaciones parecía estar llena de fotos de cuerpos ensangrentados. En la siguiente habitación, en medio de una montaña de basura, vio una cabeza humana cercenada. Comenzó a chillar pidiendo auxilio, pero el anciano le habló muy tranquilo.
-Chilla todo lo que quieras, no hay vecinos en el piso de abajo, además el piso está insonorizado.
Al final del pasillo Don Luis lo acorraló.
-Me sentía muy solo aquí, pero ahora tengo amigos. ¿Quieres ser uno de ellos?
Pablo no respondió e intentó como pudo dominar su asco y terror, cuando el anciano sacó un bote de un cajón de la cocina lleno de cucarachas, cogió una ,se la puso en la boca y comenzó a masticarla.
-Exquisita. Por cierto ,voy a enseñarte la única habitación del piso que no has visto. Así podrás tasarlo bien. Voy a abrir la puerta, que la tengo cerrada con llave.
Pese a que Pablo trató de zafarse, lo agarró con facilidad, como si fuera un niño pequeño, pero en medio de la refriega el batín de Don Luis se abrió y entonces vio como en vez de piernas llevaba una extrañas prótesis de metal.
-Eso fue por un accidente que tuve con mis amigos, cuando empecé a jugar en casa. Pero son muy prácticas-dijo el anciano.
Lo agarró con más fuerza aún ,dejándole completamente inmovilizado y abrió la puerta de la habitación. Vio que estaba llena de cadáveres de hombres y mujeres, muchos de ellos desmembrados, colgando de ganchos del techo.
-Mirad chicos, tenéis un nuevo amigo. Dadle la bienvenida.
Entonces Pablo pudo ver como los cadáveres que aún conservaban la cabeza sobre los hombros, abrían los ojos y sonreían. Mientras su mente se hundía en la locura más absoluta, el viejo le empujó dentro de la habitación y cerró la puerta. Sonriente y relajado, Don Luis volvió al salón, encendió la televisión y se sentó a terminar el café.
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...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.