La primera cereza del verano
Uji Nozomi alzó a su bebé por encima de la cabeza.
—Contempla Horiuchi-kun la tierra de tus ancestros —dijo mientras giraba sobre si misma.
Los campos estaban cubiertos de cadáveres desde la costa hasta las laderas de los montes Shireikan, y desde el paso Heimen hasta la ribera del Río Cobre. Un hedor penetrante, a carne corrompida, impregnaba el ambiente. Todo era muerte. Estandartes rojos, verdes, negros y amarillos -mudos testigos de los cuatro ejércitos que se habían batido- ondeaban agitados por el viento.
Nozomi bajó los brazos y acunó a su hijo, quien aseguraba la supervivencia de un linaje antaño numeroso.
—Nadie dudará de tus derechos, mi niño.
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
—Nunca.
Hace dos días...
Tres ejércitos acechaban la provincia como aves carroñeras. Ninguno era aliado. Todos ansiaban la misma presa. El decreto del emperador proclamaba que quien tomara la fortaleza de Uji Ichiro, se convertiría en el nuevo gobernador de aquellas fértiles tierras.
Del norte llegaba Yasu Saburo, regente de la ciudad de Izushi; del este Ide Tadaka, señor de la guerra de la región de Iwami; y del sur Uji Nozomi, que dirigía las huestes de su difunto esposo y había jurado dar muerte a su padre con sus propias manos.
Los generales dispusieron las tropas mientras valoraban las fuerzas de sus adversarios. En ese momento las puertas del castillo se abrieron y dos columnas de mil samurais cargaron contra los ejércitos de Saburo y Tadaka, dejando paso libre a Nozomi.
Hace dos días, al alba...
Uji Ichiro se anudó el cinturón de su kimono. Vestía por completo de blanco, el color de la muerte. Había sido humillado por su hija, abandonado por sus aliados y censurado por el emperador. Sólo el suicidio ritual de los tres cortes podía limpiar su honor, y evitar que su hija fuera condenada por toda la eternidad al infierno del Jikozu.
Mojó un pincel en tinta y con pulso firme escribió el kanji por el que sería recordado, el epitafio que presidiría su mausoleo: “La primera cereza del verano brota del árbol bien podado”.
A continuación tomó el cuchillo ceremonial, y salió al patio de su fortaleza. Un grito seco, pronunciado por dos mil gargantas, le saludó. Sus samurais más fieles permanecerían a su lado hasta el final.
Se arrodilló en el centro del patio y apoyó la punta del cuchillo en su vientre. A su lado Uji Yori -el que fuera su fiel consejero y confidente durante años- levantó su katana. Al primer gesto de dolor acabaría con la vida de su señor. Después conduciría el ejército a la derrota.
Uji hundió el cuchillo en su estómago.
Hizo el primer corte.
Hizo el segundo.
La katana bajó.
Hace seis meses...
Los farolillos rojos se bamboleaban mecidos por una suave brisa. Las risas de los invitados se entremezclaban con el dulce sonido del samisen. Pocos acontecimientos podían rivalizar con la alegría de una boda, sólo un nacimiento, y este se hallaba próximo, así lo atestiguaba el abultado vientre de la joven esposa.
Uji Nozomi y Genji Matsuo, engalanados para la ocasión, presidían el banquete. Apenas probaban bocado. Filetes de pez espada, cuencos con judías salteadas, almejas al vapor, albaricoques en almíbar y otras variadas delicias desfilaban ante ellos sin que hicieran ademán de tocarlos.
Matsuo se levantó y comenzó a repartir obsequios entre los asistentes, tal y como dictaba la tradición. Entretanto un bullicioso grupo de mujeres felicitaba a Nozomi. Por eso no vio lo que sucedió, aunque en sus pesadillas no era así. En ellas se encontraba junto a su esposo, y contemplaba impotente como su padre se adelantaba y le entregaba una katana.
—Has lavado la deshonra de mi hija. Ahora debes pagar la afrenta a mis ancestros.
El joven le miró sin comprender.
—Lucha o muere.
Matsuo no llegó a desenfundar el arma.
Hace diez meses...
Matsuo mordisqueó el lóbulo de la oreja de Nozomi, que lanzó un leve suspiro y se arrebujó bajo las sábanas. El joven acarició con la yema de los dedos el costado de la muchacha, siguiendo lo que ella llamaba “La línea de las cosquillas”.
Nozomi comenzó a reír a carcajadas.
—¡Para, para, quieto! ¿Quieres que nos oigan en todo el palacio?
—Eso es lo quiero Nozomi, mi princesa, que todo el mundo sepa y se acaben estos encuentros furtivos.
—Mi padre...
—Tu padre, el mío, ¿qué más da? Estamos hechos el uno para el otro. Somos de casta noble y nuestras familias han sido aliadas durante generaciones.
Matsuo tocó su frente y después la de ella.
—Un lazo kármico nos une.
—Te quiero —susurró Nozomi.
El joven dio un golpecito cariñoso con la punta de su índice en la nariz de la muchacha.
—Y yo a ti, mi princesa.
Hace un año...
Uji Ichiro agitaba furibundo la carta del emperador. Yori comprendía mejor que nadie la ira de su señor, por eso había ordenado que nadie les molestara.
—Dos son los legados que he recibido de mis ancestros, esta tierra y mi linaje; y tengo el sagrado deber de conservar ambos.
—Sin duda, mi señor, hallaremos una solución...
—¿Solución? ¿Solución, dices? El edicto del emperador es preciso. Mi hija sólo podrá heredar mi dominio si no se desposa ni concibe descendencia. En caso contrario la corte imperial designará un nuevo señor para el feudo una vez yo fallezca. —Ichiro arrugó la carta y la arrojó al suelo—. Juro por todas las fortunas que Nozomi recibirá esta tierra y mi linaje se perpetuará. No importa el precio que deba pagar.
Yori asintió. Había visto al señor Uji asistir a recepciones en la corte para dirimir delicadas cuestiones de estado, estrangular con sus propias manos a un bakemono, y vencer en duelo a los más diestros esgrimistas de las mil islas. Sin duda Ichiro encontraría el modo de asegurar la supervivencia de su estirpe; y nada ni nadie podría interponerse entre él y su promesa.
El señor Uji entrecerró los ojos y permaneció largo tiempo en silencio, meditando.
—Escribe una carta al joven Genji Matsuo —dijo al fin— del feudo Kinai. Invítale a que asista a las celebraciones del festival de primavera.
Yori, de nuevo, asintió.
La tragedia comenzaba.
Vaya, los cambios de tiempo: Hace dos días..., Hace dos días, al alba..., Hace seis meses..., Hace diez meses... y Hace un año... deberían aparecer en cursiva (si no el ritmo de lectura no es el mismo).
¿Algún moderador que me pueda echar un cable ?
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