Los proteliotragos (T)

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anonimo7
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        En el pueblo Oricteros el veinticinco de diciembre coincidía, según una leyenda ya escondida en el baúl de las añoranzas, con la fecha en que los pequeños proteliotragos celebraban la fiesta del árbol muerto. Esta recordaba el día en el que un gran álamo salvó a la comunidad del grave peligro de la destrucción, debido a que un hombre con una escopeta estaba dispuesto a darles muerte a todos ellos para poder comerciar con sus brillantes pieles ocráceas. El árbol sacó sus raíces a la superficie y avanzó hacia el cazador. Este le dio unos cuantos balazos que hirieron de muerte al gran álamo. Sin embargo, cayó sobre su victimario convirtiéndolo en víctima de su propia desidia. Los proteliotragos nunca olvidaron esto y por ello la leyenda decía que en Oricteros los bosques de álamos eran inexpugnables gracias a que los pequeños habitantes agradecidos, aún cuidaban de ellos. Además, cada navidad se podía oír gritos, aunque muy bajos para el oído humano, de los pequeños habitantes que celebraban su fiesta. Ese día era el peor para atreverse a pasar por el bosque de álamos pues las creaturas estaban más sensibles y podían traer problemas.        

         Un día, un grupo de campesinos encontró unos huesos extraños que pensaron pertenecían a algún animal desconocido, más específicamente a un proteliotrago. Rápidamente el esqueleto fue llevado a la universidad de la ciudad en donde un grupo de científicos estudiaría los enigmáticos restos de la creatura extraña. Mientras, en el pueblo se organizaron grupos de cacería que irían en busca de más restos de creaturas desconocidas. Todos los ejemplares cazados fueron descartados por los hombres de ciencia ya que sólo eran chinchillas, zorros, zorrillos, pudúes y un puma. La comunidad de Oricteros se había obsesionado tanto con el tema del animal desconocido (o posible proteliotrago) que en la última elección municipal había elegido como alcalde a un veterinario experto en eutanasia canina y felina. Este alcalde al poco de asumir organizó grupos más organizados y con mayor preparación para ir en busca de la creatura misteriosa. Aún los científicos de la universidad no lograban dilucidar qué cosa era esa especie cuyos pequeños huesos presentaban un carpo cartilaginoso, un húmero muy flexible y falanges con masa ósea color de plata. Los grupos organizados por el alcalde constaban con naturalistas, biólogos, científicos expertos en evolución y hasta empresarios del turismo. Muchos de estos hombres y mujeres que versaban acerca de las materias más complejas, propusieron adentrarse en la zona de los álamos, único enclave misterioso al que el pueblo se negaba a pasar.        

       Un día sucedió un hecho sumamente inexplicable y que retrasó la expedición al bosque de álamos por parte del grupo de científicos. Había pasado que un grupo de hombres que trabajaba en inmediaciones de un gran lago, construyendo un camino, encontró una masa casi petrificada que tenía unas especies de costillas y cuya médula colgaba con algunas hojas adosadas a sus terminaciones nerviosas. El grupo de investigadores decidió llevar el hallazgo al laboratorio de otra universidad de la ciudad. Aquí tampoco lograron deducir de qué especie animal se trataba. El pánico cundió entre los humildes habitantes del pueblo y los más precavidos decidieron irse de su natal lugar de vida pues aducían que las criaturas de sus leyendas y tradiciones de a poco estaban despertando de un largo sueño. Según los pobladores estas criaturas estaban completamente susceptibles debido a que la época navideña se estaba acercando y su fiesta no podía ser invadida. Un hombrecito un tanto encorvado se acercó a los hombres y mujeres de ciencia y les pidió que por favor no fueran en esas fechas hacia ese terrible lugar pues no sólo expondrían sus vidas al peligro sino que condenarían a todo el pueblo a una repentina ola de destrucción y descontrol. Los científicos no entendieron estas palabras y de mutuo acuerdo dispusieron ir un día antes de navidad a ese bosque de álamos, sólo para fastidiar a la gente supersticiosa, aunque colocaron como excusa que si esa fecha era tan importante para los proteliotragos, probablemente les podrían ver con más facilidad y así capturar unos cuantos para llevar a los laboratorios de la ciudad y colocar sus nombres en las páginas de la ciencia gracias al descubrimiento de una nueva especie.

         Y llegó el veinticuatro de diciembre. Los habitantes del pueblo de Oricteros habían erigido en medio de la plaza principal un gran árbol navideño en torno al cual, tomados de las manos, daban rondas mientras entonaban alegres villancicos llenos de buenos deseos. Los científicos y el grupo de investigadores estaban prestos para iniciar su travesía al misterioso y tabú bosque de álamos. El mismo hombrecito encorvado que ya había molestado a los hombres de conocimiento para que cesaran en su ímpetu exploratorio, volvió a pedirles que sosegaran sus espíritus científicos pues estaban ante cosas que era mejor no molestar. Más aún cuando faltaban sólo horas para que el veinticinco de diciembre, la fiesta sagrada del árbol muerto para los proteliotragos, llegara para expandir su manto de lóbrega calidez sobre los seres vivos. Los miembros del equipo de investigación hicieron nuevamente caso omiso de aquel hombrecito y se alejaron en su furgón, equipado con los utensilios necesarios para capturar creaturas, rumbo a la zona de los álamos. Atrás dejaron a casi todo un pueblo reunido alrededor de tan alto y magnífico espécimen de árbol.        

        El camino hacia el bosque era un entramado de ramas caídas, pantanos que daban paso a especies de lagos cuya fauna palustre se repartía en pequeñas ranas curiosas que asomaban su canto de vez en cuando y unas aves cuyos picos eran de un tenebroso rojo escarlata, muy parecido al que despiden las pavesas de fénix en pleno aire. Detuvieron el vehículo a tres kilómetros del bosque de álamos y comenzaron a fotografiar el lugar que parecía reunir en sí todas las estaciones. Los integrantes del equipo merendaron algunos sabrosos cocavíes y prestos nuevamente cabalgaron en el furgón para ir en busca de alguna nueva especie que clasificar. El resto del camino que los separaba de la zona de los álamos sólo les presentó grandes conjuntos de alerces y árboles autóctonos que les recordaban a los científicos que quizás en la fauna de aquel lugar también hallarían nuevos tipos arbóreos que nutriesen los nichos ecológicos, con sus grandes troncos, y sirviesen de hogar a creaturas aladas y reptantes. Entonces llegaron al gran bosque de los álamos. Bajaron todos del vehículo, cada uno con parte de los implementos científicos (jaulas, instrumentos de medición, brújulas, gps, equipos de rastreo, etc.), aún con la impresión de estar en un mundo desconocido en donde los álamos adquirían características sorprendentes, únicas e inverosímiles. Una científica no pudo evitar su sorpresa y exclamó:

         -Es como si los cuidaran tan bien que en respuesta han adaptado su altura para favorecer en una relación de cooperación, o comensalismo, a aquellos que les protegen y así a su vez brindarles un medio en donde estas creaturas puedan esconderse o camuflarse

 

         La científica sin darse cuenta, y sin haber visto aún ninguna creatura legendaria, estaba echando mano, y validando, la historia de los proteliotragos. Los demás miembros del equipo no contestaron. El misterioso y atípico silencio de aquel bosque obligó a uno de los científicos exclamar:

         -Quizás tendríamos que haber dejado a alguien en el vehículo

 

         Nadie le respondió. El experto en turismo estuvo a punto de proferir una palabra pero el bosque le intimidó. A cada silueta extraña apuntaba con el dedo y pedía casi a gritos que los científicos les disparasen dardos anestésicos, cuando en realidad se trataba nada más que de ramas que gozaban ser las reinas de su estancia. Entonces la noche no tardó en llegar, y todavía cuando los rayos del crepúsculo eran fuertes y luminosos, dos científicos ya habían encendido sus linternas. Cuando ya avanzar más no tenía sentido, dispusieron levantar una carpa en un pequeño calvero que permitía respirar fuera del entramado del monstruoso follaje. Sin embargo, dos hombres del grupo, desafiando sus temores, decidieron seguir explorando por su cuenta para luego volver y dar las posibles buenas nuevas a los demás. El experto en turismo les suplicó que volviesen luego pero no por una preocupación fraternal en torno a sus vidas sino porque él quería que protegiesen la suya.

         Así, los científicos avanzaron por el bosque de los enormes álamos. A unos pocos metros de donde estaban, pudieron divisar una pequeña fogata en cuyo alrededor se divisaban unas tres enjutas figuras que no dudaron ni un segundo en proclamar como pertenecientes a algún grupo de forasteros o habitantes del pueblo de Oricteros, los que quizás andaban en busca de huesos y, al igual que los científicos, de creaturas desconocidas. Los investigadores llegaron muy cerca de donde estaban las tres figuras frente al fuego y se colocaron detrás de unos matorrales. Entonces, uno de los científicos no lo pudo evitar y comenzó a dar espasmódicas arcadas puesto que esas figuras le provocaron repulsión y asco: sus cuerpos no tenían piel, sólo eran una mezcla de pus, llagas y músculos descompuestos. Sus rostros con ojos de fuego eran parecidos a los de una hiena con las quijadas sueltas. De hecho, pudieron oír que las creaturas reían, aunque en realidad no parecían estar muy felices. El científico que por fin logró vomitar, hizo un ruido que los seres no pudieron evitar oír y se acercaron hacia los matorrales en donde estaban los hombres de ciencia. Aunque el que estaba mejor de salud intentó huir, una creatura de un solo salto logró atraparlo por una pierna la que al punto la hizo crujir entre sus fauces. Los dos cuerpos agonizantes de los científicos fueron arrojados al fuego. Una de las creaturas que en las cuencas vacías de sus ojos sólo dejaba ver larvas de moscas y gusanos supurientos, dijo en una lengua que daba pavor:

         -Es hora de volver con nuestra gente a celebrar el veinticinco de diciembre

 

         En tanto, en el grupo que se había quedado a acampar, la demora de los compañeros de equipo levantó dudas y sospechas. El experto en turismo estaba asustado y se llevaba las manos a la cabeza. De súbito, vio una figura aparecer reptando en un árbol y dio un grito que puso en alerta a todos los científicos. La sorpresa les inundó cuando vieron al hombrecito, que tanto había tratado en impedir la investigación, aparecer ante ellos. Sin embargo, se veía muy distinto: su rostro estaba descascarado, sus manos parecían garras y reía como una inmunda alimaña.

         -Felices fiestas, amiguitos- dijo el hombrecito, de forma grotesca- Les recomiendo que vuelvan pronto al pueblo. Siempre se los advertí: no debían venir a estos bosques. Por lo demás, si querían descubrir algo sólo tenían que quedarse tranquilamente allá… Ahora sus dos amigos han sido sacrificados al Dios Álamo

 

         El equipo entero, de forma vertiginosa, arrancó del viejo y abandonó la carpa en tropel. Llegaron al vehículo y lo hicieron partir sin siquiera reparar en que se había quedado abajo el experto en turismo. Este tuvo el agrado de acompañar al hombrecito junto a tres amigos que estaban frente a una fogata, a punto de abandonarla para ir a la celebración.

         -Esperen, aún hay más que merendar- dijo el viejo y tiró al hombre vivo en el fuego en donde se calcinó rápidamente.

 

         Al llegar al pueblo, los científicos hallaron todo en silencio. Bajaron del vehículo y corrieron a la plaza central en donde se estaba celebrando la navidad. Al llegar, sus gritos no dejaron indiferente a nadie: el gran árbol había cobrado vida. Era un álamo que lanzaba risotadas siniestras. Alrededor de él, cientos de creaturas con pelaje ocráceo danzaban rindiéndole adoración. Los científicos se dieron cuenta de que en realidad hubieran estado más seguros en el bosque de álamos que en el pueblo. Comenzaron a dispararles dardos a los proteliotragos y al álamo siniestro. Sin embargo, este con una raíz gigantesca, les aplastó: el sacrificio ritual ya estaba consumado.

 

 

***

 

"Omnia mutaantur, nihil interit"

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 Por tercera vez, debo hacer el alkance: el cuento empieza en : "En el pueblo oricteros...". Lo otro son cosas de la edición que no las puedo sacar. Hago este comentario para no tener problemas con el número de palabras. Para que no me cuenten esas palabras raras que aparecen ahí, jeje

 

 Gracias, adiós!!

"Omnia mutaantur, nihil interit"

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  Bienvenido/a, anonimo7

Participas en la categoría de TERROR.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.

Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

*** En cuanto al problema de edición, en breve te lo solucionaremos. 

 

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Arreglado.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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 ¡Hola! No has solicitado voto; te recuerdo que si quieres que tus relatos participen en la votación popular debes solicitar voto al menos una vez. 

Gracias! Y Suerte! 

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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 Hola, aún no sé muy bien qué debo hacer para solicitar el voto. ¿Dónde lo hago?

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_Pilpintu_
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 Tienes un post, más arriba, llamado: Solicitud de Voto.  Confírmalo ahí. 

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