El carruaje (T)

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

Aunque llegué a agarrar casi tiritando la culata de la pistola que me había entregado mi padre poco antes de abandonar nuestras tierras, al final fue el conde de Piedrablanca quien se deshizo del demonio, delante de mi madre y de mí, sin apenas esfuerzo y sin que, ni siquiera, se le cayera el sombrero de copa. Mientras con una mano sujetaba del cabello al demonio que se había agarrado a la portezuela, con la otra lo degolló con el estilete que llevaba oculto dentro de su bastón. Hasta ese momento no me había fijado en su mango. Era una cabeza de dragón, idéntica a la del escudo de armas que llevaban los miembros de su familia. Después, el conde de Piedrablanca lo guardó de nuevo en el interior del bastón y se limpió las manos en un pañuelo blanco, que también llevaba bordada la cabeza del dragón de su escudo de armas con la leyenda de su familia “nada nos detendrá”.
 ― ¿Está bien señora? ― preguntó a mi madre.
            Mi madre asintió con la cabeza sin decir nada. Parecía igual de conmocionada que yo. El demonio había aparecido de pronto, como si se hubiera materializado de la espesa niebla que nos rodeaba desde que llegó la enfermedad. Vino corriendo y se agarró de la portezuela del carruaje. Si no llega a ser por el conde de Piedrablanca, quién sabe qué habría pasado. Desde aquel momento, ni mi madre ni yo podíamos dejar de mirar mucho tiempo por la ventanilla. Cualquier golpe, aunque tan sólo fuera el latigazo de la rama de un árbol contra el carruaje o los gritos roncos del cochero a los caballos, nos hacía girar la cabeza.
            ― ¿Le ha mordido? ― preguntó el conde de Piedrablanca.
            ― No ― me apresuré a contestar.
            Teníamos que tener mucho cuidado. La enfermedad parecía contagiarse con la saliva, pero por suerte, estaba convencido de que a aquel demonio no le había dado tiempo a mordernos a ninguno de los tres.
No sabíamos muy bien cómo se había originado la enfermedad. Contaban que después de unos cuantos días de niebla, empezaron a enfermar los criados. Al principio todos pensamos que se trataba de algún tipo de epidemia de rabia pasajera, pero poco a poco, el padre Juan nos convenció a todos de que más bien se trataba de un castigo divino por expulsar a las familias nómadas que habían llegado a nuestras tierras, ofreciéndose como braceros por poco más que un plato de comida.
La mayoría de los nómadas no hablaban nuestro idioma. Tampoco rezaban a nuestro dios, sino que veneraban de rodillas a figuras zoomorfas con nombres impronunciables durante ceremonias que celebraban en lo más profundo de los bosques iluminados con antorchas. Muchos aseguraban que por su culpa los caminos ya no eran seguros y que estaban infestados de ladrones. El conde de Piedrablanca encabezó un pequeño grupo de voluntarios con la intención de expulsarlos de nuestras tierras. No tardó mucho en conseguirlo. Después de incendiar todos los campamentos que encontró en su camino, los nómadas se marcharon. Pocos días después, como si se tratara de una maldición nos envolvió la niebla y enfermaron los primeros criados.
La enfermedad se extendió muy rápidamente. Ya apenas quedaban unas cuantas personas sanas en la zona, cuando mi padre nos pidió a mi madre y a mí que subiéramos al carruaje y acompañáramos al conde de Piedrablanca a la ciudad. Él, mientras tanto, se quedaría a intentar defender de los demonios la mansión que había heredado de sus antepasados con el fiel puñado de criados que aún permanecía a su lado.
― Cuida de tu madre. Puede que muy pronto seas el hombre de la casa ― me dijo.
Y me entregó una pistola pequeña, de esas de un único disparo que se todavía se utilizan en los duelos y la guardé, cebada con pólvora y un balín en el bolsillo de mi levita.
Hasta que no apareció aquel demonio y se agarró de la portezuela del carruaje, no pensé que fuera tan difícil disparar a algo o alguien que, si no fuera, por lo que salivaba, todavía tenía el aspecto una persona.
            Mi madre empezó a rascarse en la muñeca. Llevaba unos guantes de encaje de color negro, como el resto de su ropa. Había elegido vestirse de luto, porque seguramente estaba convencida de que mi padre no podría continuar mucho tiempo más con vida. Al principio intentó disimular, pero poco a poco se fue rascando de una manera mucho más evidente, no sé si porque no podía soportar la picazón o porque no era consciente de lo que le estaba ocurriendo.
            Estaba casi seguro que no le había mordido aquel demonio. No le había dado tiempo. El conde de Piedrablanca le degolló porque después de agarrarse a la portezuela. Además se trataba de su mano derecha, precisamente la que estaba más alejada de la portezuela del carruaje cuando nos atacó.
            El conde de Piedrablanca estaba sentado enfrente de nosotros y miraba a mi madre casi sin parpadear.
            ― ¿Seguro que se encuentra bien señora?
            Examiné la muñeca de mi madre de reojo y descubrí las marcas infectadas de un mordisco.
            ― Madre ― dije.
            Pero mi madre tampoco me contestó y continuó rascándose. Decían los criados que otro de los síntomas también era la afaxia. La primera facultad humana que perdían los demonios era la capacidad de hablar, como si se animalizaran. Después empezaban a salivar.
            El conde de Piedrablanca sacó con lentitud el estilete de de su bastón. Yo busqué en el bolsillo de mi levita la pistola que me había dado mi padre y la amartillé. El conde de Piedrablanca colocó el estilete en el cuello de mi madre. Le bastaba con apretar un poco para terminar con ella. Saqué la pistola del bolsillo de mi levita y apreté el gatillo con los ojos cerrados. No imaginé que el ruido del disparo fuera tan ensordecedor. El olor de la pólvora me hizo estornudar. Cuando abrí los ojos, y disipé la nube de humo que se había formado, reconocí al conde de Piedrablanca porque, aunque tenía la cara destrozada por el disparo, todavía llevaba en la cabeza el sombrero de copa.
            Mi madre me agarró del brazo y tiró de mí. Me enseño los dientes. Salivaba. Intenté cargar la pistola, pero el balín, la pólvora y la baqueta que utilizaba de cebador se me cayeron. Abrí la portezuela y salté del carruaje en marcha. Rodé unos metros por el suelo, me levanté y eché a correr. Detrás de mí escuché gruñidos. 

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_Pilpintu_
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2909

Bienvenido/a, LCS

Participas en la categoría de TERROR.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

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¡Suerte! 

 

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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mawser
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Poblador desde: 17/07/2009
Puntos: 253

Buen relato, aunque casi parece el inicio (o al menos una anécdota) de una historia más larga que promete ser interesante. Eso sí, a lo largo del texto he visto alguna frase inconclusa, supongo que un fallo del copia-pega.

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

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Berenice
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Poblador desde: 31/08/2010
Puntos: 213

Un buen relato, que pese a lo explotado del tema tiene el acierto de introducir algunos elementos originales, como el aunar la concepción clásica (rito y religión) con la más moderna (enfermedad). Por otro lado, aunque funciona como historia en sí misma, si es cierto que da la sensación de ser una parte de otra narración más larga.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

Me ha encantado la atmósfera, los detalles como el emblema de la familia del conde. Desde luego, dan ganas de leer algo más con esta ambientación. Como historia corta cumple, pero tiene el problema de dejar con ganas con mucho más

Un placer leerte.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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laureyne
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Poblador desde: 10/09/2010
Puntos: 25

Sabía que mataría al conde, pero dudaba si era a él a quien quería matar para salvar a la madre... o si era a la madre y por cerrar los ojos mató al otro.

¿Esos eran los DIOSES de los nómadas?...

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Pigmalion
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Poblador desde: 15/09/2010
Puntos: 59

Me encantó tu estilo y la narración en sí. Y estoy de acuerdo con los demás participantes que es una historia que da para más, aunque suene un tanto repetida. ¿Has pensado en escribir al menos una novela corta con ello?

Buena.

Si te gusta la CF, te invito a que leas mi relato “La Rebelión de los Grises”

http://www.ociozero.com/foro/17727/cf-la-rebelion-de-los-grises
¡Suerte en el concurso!
 

Pigmalion

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Gilles de Blaise
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 272

Algunos matices negativos: hay algunos errores en el texto, algunos tan evidentes, que creo que enviaste con prisa el relato (si no recuerdo mal, fue de los primeros, si no el primero) y que no lo dejaste reposar.

No obstante, el relato en sí me ha gustado mucho, con una atmósfera lograda en la que poder sumergirse y un ritmo que engancha. Aunque el final no sea del todo sorpresivo (tuve un fogonazo al decir que se rascaba la mano más alejada de la portezuela), es adecuado al resto del relato y no desmerece.

Por cierto, la pérdida de la capacidad del habla creo que se dice afasia.

La mentira puede recorrer el mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.

http://historiasdeiramar.blogspot.com/

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