Cartas desde la mar XXII
La mar es la vida, es la alegría para los sensibles a la belleza. Quizás otras cosas sean más importantes, como el arte, la poesía, la filosofía... Pero, antes de todo eso, ya existía el mar.
Una noche mirando al cielo, de aquella playa tan mía, vi que un lucero se caía, y se me acercó él primero. Me dijo oye, compañero, allí arriba tengo mi casa, y aunque sea muy grande el cielo, si yo no quiero por él nadie pasa.
El tiempo
que le contemplo
casi le siento
entre mis brazos,
y si acaso
alguien me amarra
le seguiré soñando
junto a mi guitarra.
Los céfiros
del universo
llevan mis versos
hasta la Luna,
y mis sentimientos
en mar adentro
saben que tras esta noche
ya no querré ninguna...
Amigo, ahora recuerdo cuando bajaste del cielo, cuando viniste a la Tierra, cuando pisaste el suelo, y cuando caíste a mi izquierda... Cuando tocaste los mares, cuando andaste la playa. Si volvieras ahora, te acompañaría a donde quiera que vayas.
Por eso la otra noche no escribí sino que le pedí a la marea que le diese un farol al vigia del cielo, para que encontrase su barco con sus destellos. Se lo pedí con todos mis sentimientos, pues lo ha perdido, y ahora lo busca según le golpea el viento.
Y también por eso la otra noche no escribí sino que volví a sentirme marinero cuando en mi proa se sentó aquel lucero, cuando derramó aquella estrella sus salves marineras... Tras aquel adiós, tras aquel te quiero... todo en un blanco velero que va deprisa con esta brisa y según su suerte, pero por el mar siempre, por el mar siempre. Por el mar. Siempre.
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