Mystic River
Hablando de mafia, crímenes, pederastas y otros temas terribles con la tranquilidad enigmática de un río que discurre eternamente.
Lo he comentado alguna vez: a Clint Eastwood lo he conocido tarde. Ni vi las de Harry el sucio, ni La chaqueta metálica, ni era para mí nada más que un vago nombre relacionado con el mundo del cine. Hasta Million dollar baby. Es uno de esos casos claros de "más vale tarde que nunca". Porque, aun tarde, merece la pena echarle un ojo a películas como la que hoy nos ocupa.
¿Por qué? Porque son estas películas robustas las que llevan bien el paso del tiempo, las que, en definitiva, portan la memoria de toda una generación de filmes. Cuando hace dos día la echaron por la televisión (francesa) me di cuenta. La había visto ya, aunque no tenía un especial recuerdo hasta que vi los primeros minutos.
Mystic River es una película que discurre sin sobresaltos. A parte de su descarnada historia, no muy distinta a las que podemos encontrar en muchas series policíacas que emiten en la actualidad, no tiene elementos sorprendentes ni abracadabrantes. Lo piensas objetivamente y sí, hay referencias a las mafias de los barrios, muertos, actos de vileza y violencia injustificada que revuelven el estómago; pero tampoco nada que se salga de la norma lo suficiente para que marque la atención del espectador.
¿Qué hace, entonces, que se recuerde la película sin lugar a dudas en cuanto has visto los primeros minutos? Desde mi punto de vista, la manufactura.
Clint Eastwood conoce bien los entresijos de la profesión y sienta las bases de su trabajo desde las bambalinas, desde lo menos aparente. Recurre a un reparto de estrellas que no deslumbran a base de nombre pero que son capaces de sostener la emotividad del filme sin aspavientos, dota a la grabación de una imagen canónica, que recuerda precisamente a tantas otras películas y/o series del género, y cuida que los escenarios -tanto argumentalmente como visualmente- estén a la altura. El propio título, Mystic River, muestra el peso del entorno en la película.
Y una vez tiene la base, deja que fluya la historia.
Poco a poco, la narración va desvelando su complejidad, el laberinto de caminos que se ha creado en la geografía de un barrio que el director disfruta retratando. El pasado y el futuro van convergiendo en un presente que capta la atención del espectador como la corriente eterna de un río: todo confluye. No hay grandes aspavientos: la fatalidad se cierne lentamente sobre unas vidas con su patente insensibilidad, conmocionando al espectador.
El nivel de intriga, sin necesidad de muchas vueltas de tuerca, es grande. Tenemos al chico traumatizado por la experiencia de su secuestro por unos pederastas, la mirada siempre desconfiada de los seres humanos cuando las cosas se tuercen y la imperfección de las personas volcada con pasión en su -a veces terrible- día a día. El resto lo hace el reparto, el buen metraje, el ritmo sostenido, el acierto en la imagen y la banda sonora. En definitiva, los mimbres que hacen la profesión.
Al analizar Mystic River, esto ha sido lo que más me ha llamado la atención, el cómo se podía hacer una gran película sin necesidad de romper ningún molde ni de aglutinar los elementos por excelencia de un género. El trabajo de relojero, paciente y discreto, que, en definitiva, se adivina cuando se hace el esfuerzo de salir del entretenido discurrir del metraje y se echa una mirada al conjunto. Y me ha dejado impresionado: incluso el título, que tampoco me parecía nada del otro jueves, me parece magníficamente elegido.
- Inicie sesión para enviar comentarios