La espada salvaje de Conan: Los necrófagos de Yanaidar
Reseña del undécimo volumen de la reedición de Planeta DeAgostini
Estamos de nuevo ante un magnífico volumen de espada y brujería en el que tenemos a Roy Thomas al guión partiendo de material literario original, aunque no propiamente, o exclusivamente, de Robert E. Howard.
En primer lugar se nos presenta la historia que da nombre al volumen y que se divide en dos partes: La daga llameante y Los necrófagos de Yanaidar. Se trata, no obstante, de una única narración de L. Sprague de Camp y Robert E. Howard. El primero es conocido por haber continuado, completado y recopilado material del cimerio después del fallecimiento de su creador, y es uno de los referentes claros en cuanto a la Era Hiboria se refiere.
La trama, en cualquier caso, es pura espada y brujería de Howard: una conjura palaciega hace que Conan tenga que replegarse a terrenos menos civilizados con su ejército mercenario. Ahí, reunido con antiguos aliados, caerá sobre la pista de una ciudadela secreta escondida en unas inhóspitas montañas. Dicha ciudadela esconde mucho más de lo que se podría esperar a priori. Sociedades de asesinos, viejos enemigos, criaturas sobrenaturales, jardines del edén, damiselas en apuros (o no tanto) y un final apoteósico hacen una mezcla perfecta que invita a la ensoñación.
En el apartado gráfico, John Buscema y Tony de Zúñiga hacen un trabajo extraordinario, muy en la línea estética que ha sabido mantener la colección hasta el momento pero con un nivel de detalle que hace pensar a El príncipe Valiente de Foster. Eso sí, con un dinamismo más pulp cuando toca desenvainar el acero.
Como cierre tenemos La maldición del monolito, una historia de esa vertiente de la espada y brujería emparentada con el horror cósmico basada en un relato de L. Sprague de Camp y Lin Carter. Por su propia extensión, es mucho más sencilla que la anterior, y quizás hubiera resaltado más si se hubiera concatenado con alguna otra. No obstante, aunque canónica y no muy sorprendente, está muy bien hilada y resuelta, y tiene unos cuantos detalles muy interesantes, memorables incluso.
Al los lápices, en esta ocasión, tenemos a Gene Colan y Pablo Marcos, que nos traen a un Conan algo más leonino y acaparador de primeros planos. Los dibujantes se muestran igual de sugerentes y de acertados, de nuevo, en la creación de escenario.
En definitiva, un magnífico volumen de espada y brujería clásica, no particularmente novedoso pero realizado con tanta profesionalidad y acierto que es una delicia leerlo.
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