Las crónicas de Conan 23: El Pozo de las Almas
Reseña del volumen publicado por Planeta DeAgostini
Como comentamos en la anterior reseña, Jim Owsley retomó la idea inicial de desarrollar las aventuras de Conan de un modo continuo desde el punto de vista cronológico. No obstante, a diferencia de la etapa de Roy Thomas, el guionista bebió menos de material directo del personaje y de la obra de Robert E. Howard en general, aunque no por ello renunció a dar un sabor auténtico a su Era Hiboria.
Otra de las diferencias con otras etapas, es que aunque Conan sigue siendo el personaje protagonista, evidentemente, los secundarios adquieren un auténtico carácter clave. Tetra, Keiv y Delmurio, en esta primera fase —luego se añadirán otros— crecen y evolucionan junto al cimerio. Esto permite, por un lado, que el bárbaro tenga una mayor profundidad al reflejarse en compañeros palpables y desarrollados; por otro, genera tensiones argumentales que no se pueden abordar con el destino ya marcado de Conan.
Para seguir sumando aciertos, Jim Owsley engarza con los planteamientos clásicos de la espada y brujería —busca de tesoro, lucha contra hechiceros, monstruos y demonios, luchas por el trono, etc.— temas de actualidad y que conectan directamente con el lector, desde los horrores de los niños soldado al inquietante funcionamiento de las sectas. Esto hace que sin dejar de lado el entretenimiento que, en el fondo, se busca en un cómic así, se consiga un mayor calado en la lectura, tanto en lo emocional como en lo racional. Y la gracia está en que lo hace con una saga que, si bien sencilla en sus planteamientos, es apasionante: no es de extrañar que El Pozo de Almas se haya convertido en uno de esos lugares míticos dentro del imaginario de la serie.
El apartado gráfico de este periodo corre a cargo de John Buscema, con entintados alternativos de Bob Camp —algo minimalista, para mi gusto— y Ernie Chan —impresionante en su detallismo—. Poco a poco desarrollan una estética que es clave para esta etapa y que se identifica a primera vista gracias a un buen equilibrio entre el dinamismo y el carácter particular de cada pueblo.
Como extra, viene un anual —Tierra quemada— dibujado esta vez directamente por Ernie Chan. Aunque no sigue con la continuidad de la saga de Tetra, el estilo de la narración y el desarrollo van en la misma línea y es una buena historia intermedia.
Personajes tan carismáticos como el demonio Imhotep y sus mil hermanos, el tirano Maddoc, la misteriosa Swan o el orgulloso Shapur se unen a la cadena que había empezado a forjar Jim Owsley para dar más profundidad a grandes aciertos como la propia Tetra en una saga que tiene todos los elementos que requiere esta colección: intrigas, escenarios exóticos, magia, combates, pasiones, búsquedas condenadas al fracaso, naufragios... Una auténtica Edad de Plata que devuelve el esplendor que tuvo en sus inicios este título.
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