Borgen, el thriller político escandinavo
Reseña de la serie de Adam Price
Borgen es el claro ejemplo de que lo de cuanto más grande, mejor no tiene demasiado fundamento: en sus tres temporadas, este thriller político protagonizado por Sidse Babett Knudsen, Birgitte Hjort Sørensen, Pilou Asbæk y Søren Malling ha conseguido mantener el interés por los entresijos políticos de un país, Dinamarca, que no es precisamente de los que parece que decidan el destino del mundo.
De hecho, es precisamente este ambiente particular que se genera en torno a su parlamento lo que más llama la atención. El marco es el de un país avanzado en lo social e indiscutiblemente rico, pero que, al mismo tiempo, no puede dormirse en los laureles. Las inquietudes y problemas a los que se tienen que enfrentar sus dirigentes no difieren tanto de los que podamos ver en otros lares: corrupción (más bien moderada para lo que estamos acostumbrados, eso sí), inmigración, desarrollo industrial, medioambiente... Quizás resulte llamativo el poco peso del ejército o los servicios de inteligencia en las tramas (por contraste con los thrillers americanos) o la importancia dada a la prensa.
En efecto, si el primer gran pilar de Borgen es la propia Borgen y su lucha cotidiana por el poder político —la protagonista es una mujer de mediana edad, de un partido centrista, todo muy mesurado e idealista, que compagina su vida de madre con su campaña electoral y su ascenso al poder—, el segundo son los medios de comunicación, encarnados en primer plano por una cadena de televisión que se aferra a hacer auténtico trabajo periodístico a pesar de las exigencias del share. Las interacciones entre ambos escenarios, el político y el informativo, articulan buena parte del desarrollo de la serie.
Este tiene cierto toque de andar por casa —sorprende el nivel de vida, relativamente modesto, de la primera ministra— y no cae en grandilocuencias: las investigaciones no entran en el terreno conspiranoico, las pugnas políticas son más bien moderadas y los conflictos familiares no caen en grandes melodramas. Sin embargo, o quizás gracias a ello, a que el guión tiene un mayor interés por la solidez que por los fuegos artificiales, Borgen es una serie de lo más entretenido, que mantiene un ritmo sostenido, sin desinflarse, y que, además, permite reflexionar sobre el juego democrático, sus límites y la maquinaria que, inevitablemente, pone en marcha.
Por supuesto, el reparto tiene mucho que ver en el buen resultado de esta serie: los personajes son carismáticos y están bien personalizados, resultan accesibles y, al mismo tiempo, tienen momentos absolutamente memorables —como el de la industria porcina y el líder del partido conservador—. Aunque tampoco se ahonda en demasía en sus historias personales, pues la serie evitar caer en el efecto culebrón, se les coge la simpatía suficiente para que acerquen el lado humano de la escena política.
En definitiva, Borgen es un thriller con un sabor muy peculiar y que tiene todas las bazas para entretener al espectador. Desde luego, no nos lleva a los Estados Unidos que visitamos con más frecuencia, pero el nivel de exotismo respecto a nuestro propio país no es en absoluto más bajo.
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