El misterio de la abadía

Imagen de Destripacuentos

Análisis de este juego de mesa de investigación con reminiscencias de El nombre de la rosa

El nombre de la rosa. La abadía del crimen. En el imaginario popular, al menos en el de unos cuantos, estas obras han dejado una huella profunda que nos habla de misterios innombrables y de crímenes perpetrados más con ingenio que con violencia en la soledad de las celdas o en un fantasmagórico claustro. ¿Quién no ha soñado con desvelar los secretos que se esconden tras la discreta capucha de un monje mucho menos pío de lo que debiera? El misterio de la abadía es el juego de mesa de investigación que permite hacerlo.


 

De la mano de Edge Entertainment, el juego de Bruno Faidutti y Serge Laget publicado por Days of Wonder se despliega majestuoso para brindar todo el sabor de estos misterios. El tablero de juego representa una abadía inspirada en la de la novela de Umberto Eco, la cual, a su vez, corresponde a la de San Michele, en Italia. Por ella se desplazan los cuidados peones de los monjes investigadores, figuras en plástico de seis colores distintos. Unos dados especiales, con estos seis colores distribuidos en sendas caras, hojas de sospechosos, los cuadernos de deducción y unos cuantos mazos de cartas completan el reparto. Mucho material pero fácil de usar: toda la mecánica de juego es muy intuitiva.

El objetivo de El misterio de la abadía es, groso modo, encontrar al asesino escondido entre los 24 monjes presentes en el monasterio. Estos se caracterizan por tres atributos (gordura, barba y uso de la capucha), la orden a la que pertenecen (benedictinos, franciscanos y templarios) y su rango (padres, hermanos y novicios). Como cabe imaginar, la idea es ir individuando al sospechoso trámite el descarte o la identificación de determinados atributos. Para cada monje hay una carta y el asesino corresponde a la carta que, sin mirar, ha sido dejada a un lado.


 

Cada jugador recibe al comienzo de la partida una serie de cartas de monje, sospechosos que puede descartar y que, al mismo tiempo, dirigirán sus pesquisas, pues en función de la información que tenga de partida le será más fácil encontrar al culpable descartando a unos o a otros. En este sentido, la mecánica recuerda al Cluedo. No obstante, en seguida empiezan a surgir diferencias.

La primera es que las preguntas que se realizan entre jugadores son abiertas y se pueden realizar cuando dos peones se juntan en una sala. Es decir, que cuando un jugador llega con su peón a donde se encuentra el de otro le puede preguntar lo que quiera. El otro jugador podrá contestar, siempre con total sinceridad y a cambio de realizar a su vez una pregunta, o ampararse en el voto de silencio para no decir nada, lo que hace que a veces se pierda el tiempo miserablemente.

Para bien o para mal, no todas las cartas de monjes inocentes estarán en juego desde el comienzo, y hay modos de hacerse con más información directa a través de distintas salas y eventos. De hecho, a diferencia del mencionado juego, aquí los desplazamientos por el tablero tienen mucha más importancia, y no solo porque tienes que juntarte con otros monjes para interrogarlos: también puedes colarte en las celdas de tus rivales y robarles cartas, pasarte por el confesionario y ver qué rumores han quedado por ahí tras la última confesión, meditar en la cripta, conseguir saberes ocultos en la biblioteca...

Además, el ritmo de la abadía viene regido por las misas. Estas no solo limitan la acción de los monjes durante la investigación, sino que precipitan esta para que el juego no se estanque. De hecho, si los monjes jugadores no están atentos y son pillados en falta pueden darse penitencias que complican todavía más la obtención de resultados. ¡Atención a las campanas!

Al principio, todas estas limitaciones pueden resultar un poco agobiantes, sobre todo en cuanto a los desplazamientos (es complicado hacer las cosas con discreción, sobre todo si algún jugador te ha puesto el ojo encima), pero son las que brindan al juego su elemento táctico y las que permiten, con una mecánica muy sencilla, que se compliquen las partidas y sean siempre distintas.

Finalmente, hay que señalar que aunque el objetivo último es encontrar al asesino, no es la condición necesaria ni suficiente para ganar una partida. Los hermanos investigadores pueden “tener” revelaciones en algunos momentos, las cuales se resumen, básicamente, en realizar acusaciones parciales (por ejemplo, el asesino es un benedictino), que otorgan puntos en caso de revelarse acertadas al final de la historia. Este sistema hace que la competición sea más encarnizada, sobre todo si tenemos en cuenta que las revelaciones no pueden repetirse.

De este modo, El misterio de la abadía consigue ser un magnífico juego de inmersión que recrea muy bien el escenario elegido y le da un peso específico en la mecánica de juego. Esta, sencilla aunque rica, es asequible para todo tipo de jugadores. Eso sí, hay que contar con que la partida llevará su tiempo y con que se necesitan al menos tres jugadores para llevarla a cabo. También hay que señalar que este es uno de esos juegos donde la experiencia es un grado, al menos hasta que aprendes a moverte por el monasterio.

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