Las crónicas de Conan: La sangre del titán

Imagen de Anne Bonny

Reseña del vigésimo primer tomo de este recopilatorio publicado por Planeta DeAgostini

Salvo un par de excepciones —un interludio que no desentona demasiado de la mano de Larry Yakata ilustrado por Gary Kwapisz y un cierre en el que nos honra Roy Thomas con una adaptación de la obra “original” de Robert E. Howard trámite Sprague de Camp y Lin Carter—, Michael Fleisher es el guionista de esta etapa de la colección y, todo hay que decirlo, se ve que le ha ido cogiendo el pulso al personaje. Podemos elucubrar sobre si ha sido gracias a las historias que propuso el propio John Buscema en anteriores entregas o por mero roce con el cimerio, pero el hecho objetivo es que la cosa fluye mucho mejor.

Sí es cierto que quedan algunas aristas —sobre todo en torno a la relación del bárbaro con la magia y, en menor medida, propiciadas por esos recurrentes argumentos sobre competiciones peregrinas y búsquedas desnortadas—, pero la impresión general es más que buena y, en alguna historia —como El templo del dragón— llega a notable. Esto tiene menos de cuentos de hadas y mucho más de espada y brujería algo canalla. Los escenarios, también, se ajustan más a lo que es la Era Hiboria.

Los saltos temporales también se han reducido. De hecho, casi estamos ante una saga en miniatura en la que Conan comparte destino con Fafnir, el ladrón vanir que ya había aparecido al principio de la colección. El tándem funciona, aunque en ocasiones los cierres, precipitados, conviertan los dramas en una montaña rusa de emociones a la que no beneficia la parquedad de ambos personajes.

John Buscema aporta los lápices a la mayor parte de los números —sustituido por Bob Camp en el primero, y apoyado por Armando Gil, Charles Vess, Geof Isherwood, Dave Simons, Danny Bulanadi y Ricardo Villamonte en otros—, lo que da un tono uniforme y más estable a la colección. En cierto modo, estamos en el espinazo de Conan el bárbaro: historias conclusivas, dinámicas, no muy complejas de argumento, con algún giro inesperado y, sobre todo, sugerentes.

No son obras maestras, pero sí ese material que nos ha hecho soñar a generaciones enteras de aficionados al género de espada y brujería. Algunos momentos para el recuerdo y un buen taco de lectura en la que sumergirse para desconectar del día a día cabalgando junto al cimerio. La historia al cierre, del especial fin de año, promete y deja un sabor de boca genial para amenizar la espera.

En definitiva, un volumen en el que vemos tomar el pulso al personaje a Michael Fleisher, quien se ve respaldado —quien lo hubiera pensado— por un Buscema que, si bien a mata caballo, sabe cómo tratar al cimerio.

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